“Dando un nombre a algo nos hemos limitado a ponerlo en una categoría, y pensamos que lo hemos comprendido; no lo miramos más atentamente. Pero si no lo nombramos, estamos obligados a mirarlo. O sea, abordamos la flor, o lo que fuere, con un sentido de novedad, con una calidad nueva de examen: la miramos como si nunca la hubiésemos mirado antes”. . Jiddu Krishnamurti
«Dentro de un abrazo puedes hacel de todo: sonreír y llorar, renacer y morir.- O quedarte quieto -y- temblar adentro, como si fuera el último.» . Charles Bukowski
La mayoría de los seres humanos, son como las hojas que caen de los árboles, que vuelan y revolotean por el aire, vacilan y por último se precipitan al suelo. Otros, por el contrario, casi son como estrellas: siguen un camino fijo, ningún viento les alcanza, pues llevan en su interior su ley y su meta.
Ananda, el discípulo más cercano, le pidió a Buda: – ¡Dame permiso para darle su merecido a este hombre! Buda se limpió la cara con serenidad y le respondió a Ananda: – No. Yo hablaré con él. Y uniendo las palmas de sus manos en señal de reverencia, le dijo al hombre: – Gracias. Con tu gesto me has permitido comprobar que la ira me ha abandonado. Te estoy tremendamente agradecido. Tu gesto también ha demostrado que a Ananda y a los otros discípulos todavía pueden invadirle la ira. ¡Muchas gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Obviamente, el hombre no daba crédito a lo que escuchaba, se sintió conmocionado y apenado.
Mi próxima lectura, «Cómo hacer que te pasen cosas buena» de Marian Rojas Estapé. La autora comenta que tras su lectura entenderemos la importancia de aprender a enfocar la atención y de combatir los miedos y angustia.
Se podría decir que mejorar es hacer que una cosa sea mejor de lo que era. Sinónimos o términos relacionados serían progresar, prosperar, ascender, ganar, subir, modernizarse… Para alcanzar ese objetivo, en esencia, has de trabajar con lo que tienes a tu alcance, no preocuparte por lo que no tienes y esforzarte en aportar valor a lo que hagas.
El fracaso es la materialización de nuestros errores, es la confrontación de nuestras emociones, pensamientos y actos con nuestra realidad. Pero como Marian Rojas Estapé señala, el fracaso enseña lo que el éxito oculta. Además, una vez que este se presenta, la mejor opción es no rendirse, resistir la tormenta. Y cómo no, trabajar para dar comienzo al restablecimiento del equilibrio y volver a caminar.
Nuestra realidad emocional y nuestras reacciones a los acontecimientos parecen determinar nuestra felicidad. Marian Rojas Estapé propone que, «la felicidad no es lo que nos pasa, sino cómo interpretamos lo que nos pasa».
El amor, ese concepto al que muchos le atribuyen universalidad. Otros tantos lo dividen en categorías. Los científicos miran dentro del cerebro, ven conexiones y química.
Pero lo que sí que es cierto, es que todos buscamos un tipo de amor, el amor verdadero. Nos da igual el amor definido en Wikipedia, o el de cualquier otro diccionario.
Tan solo queremos que nuestras relaciones sean verdaderas e intensas. Y por supuesto, quisiéramos que fueran para siempre.
Os dejo otro pequeño escrito para esta semana de San Valentín.
Amanecer en tus ojos
El sol ha escalado su cima, más amanecido no ha. Menguando cae de su cumbre, más el ocaso llegado no ha.
Expectante estoy hoy, mirando el eclipse de mi corazón, pues ayer de festividades estuvimos, y sin despertar aún estás.
Astrónomo de tus soles, viendo tu despertar, ahora sí amanece, al ritmo de tu parpadear.
Ya salgo de mi eclipse, pues la luz veo en tu mirar, así pues, volvamos, a nadar a la mar.
Una mañana, como otras tantas, entré a la cocina a preparar un café en el microondas. Giré mi torso y lo volví a ver ahí, en su jaula blanca.
Ya no pude más, no soportaba ver a ese pajarito encerrado de por vida. No había hecho ningún mal. Tan solo alguien decidió atraparlo o comprarlo en algún momento y encerrarlo.
Esa mañana sería la última. Decidí liberarlo. Abrí su pequeña puertecita tirando levemente de uno de sus finos barrotes. Aleteaba, batía alocadamente sus alas intentando huir de mi mano. No se resistió mucho, fue fácil cogerlo.
Me dirigí con él en la mano a la calle. Era una fría y despejada mañana de diciembre. Puse mis manos a la altura de mi cintura y las levanté para darle impulso a su vuelo.
Fue un segundo de liberación y seguidamente de frustración. El pajarito no levantaba el vuelo. No sé si no sabía, si no podía o si no quería volar. Se quedó parado sobre el techo helado de un coche. Me dirigí hacia él. No huyó. Me dejó cogerlo. Volví a repetir la acción. Y obtuve el mismo resultado.
Qué pena me dio ese pequeño animalito. Ya no podía volar. Ya no podía hacer eso para lo que estaba hecho. Tanto tiempo en esa mísera jaula, que ya no podía hacer lo que cualquier pájaro en libertad hace.
Hubo mañanas en las que parecía mirarme, como preguntándome ¿Dónde creías que iba a ir después de tanto tiempo encerrado?
Y ahí, en esa jaula blanca, vivió el resto de sus días.