La mayoría de los seres humanos, son como las hojas que caen de los árboles, que vuelan y revolotean por el aire, vacilan y por último se precipitan al suelo. Otros, por el contrario, casi son como estrellas: siguen un camino fijo, ningún viento les alcanza, pues llevan en su interior su ley y su meta.
Ananda, el discípulo más cercano, le pidió a Buda: – ¡Dame permiso para darle su merecido a este hombre! Buda se limpió la cara con serenidad y le respondió a Ananda: – No. Yo hablaré con él. Y uniendo las palmas de sus manos en señal de reverencia, le dijo al hombre: – Gracias. Con tu gesto me has permitido comprobar que la ira me ha abandonado. Te estoy tremendamente agradecido. Tu gesto también ha demostrado que a Ananda y a los otros discípulos todavía pueden invadirle la ira. ¡Muchas gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Obviamente, el hombre no daba crédito a lo que escuchaba, se sintió conmocionado y apenado.